El amor es como la cocina y la cocina es como el amor.


Una llamada fue suficiente razón para abandonar ese momento de paz y tranquilidad, donde me disponía a disfrutar de un delicioso panini de roastbeef, un cabernet en su mejor momento y de una excelente película de mafia.
Tu voz suave como el sabor de una natilla, me sacó de mi estado de relax para transportarme hasta tu atmósfera, allí subiste a la camioneta  y tu delicioso aroma como el un buen café en la mañana despertó súbitamente todos mis sentidos, te juro que creí que podía resistirme, pero la química de nuestra conversación era tan perfecta como la combinación de un buen porto y chocolate. Increíblemente todo estaba dispuesto para nosotros ese día, no queríamos abandonar esa atmósfera que ahora era de ambos,  no podía ser más perfecto, pero el destino nos tenía un regalo, una lluvia de vino que nos desinhibió de todo, para dar paso a un hermoso momento en donde un abrazo generó algo más intenso que el fuego que golpea el metal de un wok, sin planearlo todo era tan perfecto como un entrecote termino medio, como una copa de champagne con su temperatura ideal, como el sabor del cacao venezolano, como tú conmigo. El panini, el cabernet y la película quedaron en el olvido,  ahora solo queda un recuerdo de la más deliciosa comida que nunca probé, y la premisa de que todavía queda mucho por degustar.

“Que no se apague el fuego de nuestros corazones, que no se apague el fuego de nuestros fogones”



Sin mayor esperanza, he buscado a lo largo de los años el sabor de esa noche; alguna vez creí recuperarla en la música, en el amor, en la incierta memoria, pero no ha vuelto, salvo una sola madrugada, en un sueño. Borges

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